Cuando hablamos de seguridad energética, solemos pensar en combustibles, en tarifas o generación. Pero pocas veces la conversación empieza por donde debería: el miedo y la incertidumbre que genera un apagón.
Hace unas semanas, en plena ola de calor en Yucatán, viví varios apagones nocturnos que me dejaron sin aire acondicionado ni ventilación, sin internet, sin iluminación y sin posibilidad de dormir. En esos momentos sentí lo que millones de personas viven cada día en América Latina: la energía no está garantizada, y mucho menos equitativamente distribuida. Pero esto no es sólo una historia de Yucatán, es un síntoma global.
En Cuba, los cortes de electricidad ya alcanzan hasta 20 horas al día para casi la mitad de la población. En Mexicali se registraron más de 10 apagones en un solo lunes. En Italia, la infraestructura eléctrica colapsó ante una ola de calor que dejó hospitales y comercios sin aire acondicionado. Y si eso no fuera suficiente, China acaba de presentar una “bomba de grafito”, un arma que no destruye edificios, pero sí redes eléctricas completas, diseñada para generar apagones masivos sin usar explosivos. ¿Ves el patrón? La energía se ha vuelto una línea frágil que sostiene nuestras vidas. Y esa línea está bajo presión como nunca antes, ya sea por el clima, por la demanda, por la geopolítica o por la tecnología mal usada.
En todos estos casos —Cuba, Italia, Mexicali y Yucatán— el problema no ha sido sólo la falta de generación, ha sido la fragilidad del sistema, la falta de redes interconectadas, de almacenamiento, de visión distribuida, y una dependencia peligrosa de modelos fósiles, obsoletos y verticales. La seguridad energética del futuro no se mide en megawatts instalados, se mide en qué tan bien resiste una red, cuán rápido se recupera, y cuántas vidas cuida cuando todo lo demás falla.
Hay una realidad que sigue sin nombrarse en los foros climáticos, en las COPs y en las grandes estrategias: la pobreza energética está creciendo. No sólo en países sin acceso a energía, sino en ciudades y regiones con infraestructura… perosin justicia.Pobreza energética no es solamente no tener luz o servicios básicos. Es no poder pagarla, es tenerla unas horas al día, es depender de un sistema que te ignora. Es saber que, si hay un apagón, tú siempre serás el primero en la fila.
Yucatán tiene todo para liderar la transición energética: abundancia solar, jóvenes talentosos y comunidades organizadas. Pero sufre las consecuencias de un sistema centralizado, dependiente del gas natural y sin redes suficientes para resistir el calor extremo. Eso no es seguridad, es vulnerabilidad estructural.
La seguridad energética no va a venir de más dinero en manos de las mismas empresas. Vendrá cuando descentralicemos el poder, cuando los hogares generen su propia energía, cuando las escuelas tengan techos solares, cuando las comunidades tengan baterías compartidas y cuando las juventudes diseñen las políticas y no sólo las reciban. Queremos dejar de ser “la generación del futuro” para ser la generación que rediseñó el presente energético. No por ego, sino por necesidad. Porque la energía no es únicamente técnica, es cultura, es política.
Lo que el mundo necesita no es más infraestructura sin alma. Necesita redes que cuiden, políticas que escuchen y líderes que entiendan que lo importante no es que la luz llegue a todos… sino que no se le corte a nadie. Porque nos toca encender el futuro sin apagar el presente.

