La transición energética global no depende únicamente de la infraestructura y el financiamiento, sino también del conocimiento. Las universidades y los centros de investigación científica tienen un papel estratégico e insustituible, sin ellos no habría suficientes profesionales para diseñar, operar y sostener sistemas energéticos limpios.
En el mundo crece a buen ritmo el interés juvenil por cursar carreras vinculadas a energías renovables, almacenamiento y redes inteligentes. Sin embargo, América Latina y México enfrentan un déficit de programas especializados, laboratorios modernos y recursos para investigación aplicada. Además, los planes de estudio no siempre dialogan con las necesidades reales del mercado energético, que cambia rápidamente.
Invertir en educación y ciencia es invertir en autonomía energética. Para no depender de tecnologías importadas, necesitamos generar conocimiento propio, formar talento local y fortalecer la colaboración entre academia, industria y gobierno.
La transición energética no sólo se construye con paneles solares y turbinas eólicas, sino con cerebros preparados, instituciones sólidas y visiones compartidas. El futuro se diseña en las aulas y laboratorios de hoy.
Así como el fotón es el elemento que inicia la generación de energía renovable, el conocimiento es la chispa que impulsará la transición energética limpia en todo el planeta.
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